La fuerza, la voluntad y la libertad tienen nombre de mujer. Se llaman Pepa y se llaman Sara Baras, y las dos muestran el sentir de un pueblo, el gaditano, en diferentes momentos de su historia. Anoche la bailaora ofreció en el Gran Teatro de Córdoba en la que presenta su última producción, que personifica la primera constitución promulgada en España en 1812 y los valores que ésta quería establecer.
Al escenario del coliseo llegó un trozo del Cádiz de la época, con Puerta de Tierra, sus marineros, piconeras, comerciantes y diputados, que deambulaban al compás flamenco para crear el ambiente de este delicado momento de la historia de España. Y mientras tanto, todo el protagonismo se centraba en Sara Baras, una Pepa de carne y hueso que llega al espectador a través de sus zapateados, sus braceos y su expresión gestual.
La Pepa baila por bulerías, por seguirillas, guajira, tanguillos o farruca, pero sobre todo baila por alegrías, un palo festero que Sara Baras domina a la perfección y que es uno de los cantes de Cádiz por excelencia.
Este espectáculo no narra la sucesión de acontecimientos y hechos históricos que sucedieron en la capital gaditana, sino que transmite el sentimiento de los ciudadanos, que se opusieron y lucharon contra la invasión de las tropas de Napoleón. Un pueblo que alumbró la Constitución de 1812, promulgada el día de San José y una de las más liberales de la época.
La Pepa de Sara Baras es un monumento a la libertad, a la voluntad de un pueblo, pero no se trata de una efigie de piel fría y marmórea, tiene corazón y garra, tiene sentimientos y provoca sensaciones.
El horror de la guerra, el asedio y la muerte dieron comienzo a este montaje que se desarrolló a lo largo de nueve estampas. Las carreras y los saltos del cuerpo de baile, al ritmo de martinete, se sucedieron mientras los cañones y los gritos de terror resonaban en el Gran Teatro. Así, en medio de esta pena, aparece Sara Baras con una túnica negra de la que se despoja, dejando al descubierto un traje rojo pasión, rojo esperanza, rojo serenidad, rojo vida. Tras el vals que ofrece la protagonista y sin tregua, al escenario llega el bullicio del puerto de Cádiz, con los abanicos por guajiras y el zapateado de José Serrano, que baila unas farrucas como presidente de Las Cortes y queda rendido ante la Pepa. Tras esto llega el juramento de los diputados de las Cortes, la promulgación de la Constitución y la alegría de los ciudadanos, que dan paso al momento álgido del espectáculo.
La Pepa es la voz del pueblo convertida en mujer. Una mujer que aparece como una estatua que cobra vida y se echa a bailar por alegrías. Esta estampa deja paso al final, con una Sara Baras subida a un pedestal portando la inseparable espada de la alegoría y con los símbolos de la paz y la guerra enmarcando la escena. Porque "dicen que la Pepa no es solo un símbolo, dicen que la Pepa es un sentimiento, es una actitud, una manera de sentir, una forma de ser, un carácter, una esperanza...".
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